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De la tierra a la luna : Relato por Luis Tejada


El Astronauta.
La cápsula abordada por el astronauta  en la puerta del cubículo vivienda, era de una sola plaza. En la pantalla de gafreno se indicaban las posibilidades de destino, bastaba una mirada  para que el vehículo siguiera hasta el lugar escogido. 
    El sistema de transporte usado en este momento no era tan moderno como se podría pensar, había sido implementado desde hacía por lo menos setenta años atrás en la tierra. Ésta forma de transportarse en la estación, era igual a como se hacía en ella: Una cápsula cilíndrica se desplazaba por levitación magnética dentro de un tubo casi, por milímetros,  de igual diámetro.  En la tierra el aire se succionaba de los tubos bidireccionales que cubrían las rutas de las principales capitales del mundo. Cuando la cápsula se detenía en una estación, dos pesadas compuertas sellaban el tubo herméticamente para permitir la salida de los pasajeros sin afectar el sistema de vacío. Solo se necesitaba el impulso eléctrico inicial, pues el vacío permitía la aceleración de manera continua sin agregarle más energía, haciendo sumamente económico el sistema. Las cápsulas flotaban en el tubo, mientras la corriente, inducida en materiales conductores, la impulsaba. La velocidad alcanzada en la estación espacial era reducida debido a las pequeñas distancias, pero en la tierra, en viajes intercontinentales, se podía con el mismo método viajar a más de diez mil kilómetros hora. A causa de la velocidad los pasajeros se veían sometido a varias fuerzas G, pero estas no tenían ningún efecto en sus humanidades, pues técnicas de manejo las hacían casi iguales, a las producidas en un viaje en autobús del siglo anterior.
    El hombre llegó con tiempo suficiente, para curiosear la terminal intermedia del ascensor espacial. No era mucho el espacio a recorrer. Después de visto lo permitido por la estricta seguridad del lugar, se acomodó en una de los lugares dispuestos para la espera de los pasajeros. Para matar el tiempo, se comunicó con una de sus amigas de la tierra, la que se materializó a su lado al utilizar su sistema proyector de comunicaciones. Esta figura virtual captada por el sentido de la vista, elemento electromagnético, producto de los avances de la electrónica, que flotaba en el ciberespacio como la suma de infinitos datos, era una forma experimental de viajar a la velocidad de la luz, pensaba el astronauta.
    La proyección provenía de un haz laser. Esta proyectaba en 3D, en tiempo real a la persona llamada y la situaba  al lado del receptor, como si estuviera de cuerpo presente, pero visualizada solo por él, debido a una función de la compleja visera de la escafandra provista de circuitos electromagnéticos y rayos infrarrojos.  La proyección no utilizaba circuitos especiales para enfocar las figuras, la proyección y recepción no era más que un mecanismo intermediario para captar la información. Antiguamente el holograma se originaba en una película fotosensible, impresionada por el láser y a partir de esa acción, la imagen se reproducía en tres dimensiones. 
  El mundo binario de los 0 y los 1 en la actualidad, era algo así como de la época de las cavernas. Hoy se imponía la computación cuántica, basada en qubits en vez de bits y esto suponía que los procesos, eran increíblemente más rápidos. En este caso Los píxeles trimensionales se formaban mediante la ionización del aire en el punto focal a través de una serie de impulsos de láser infrarrojo, extremadamente cortos, y estos pasaban a través de un desarrollado escáner que en vez de reproducir objetos materiales en tres dimensiones proyectaba imágenes temporales que se diluían una vez se interrumpía la transmisión. Del escáner salían "microgotas" de plasma  que  salían  transformadas  en fotones. Como Los píxeles 3D desaparecían  muy rápidamente, para mantener la estabilidad de la imagen se  requerían decenas y centenas de miles de impulsos láser por segundo.
    Todo este proceso no se quedó en un procedimiento técnico más,  producto del dinamismo del desarrollo tecnológico.  Motivó también discusiones en los conceptos filosóficos de lo real y lo virtual, pues la brecha entre ellos se estrechó de tal forma, que la diferencia se encontraba en el alcance , aceptación y comprobación de los conceptos: lo real es lo que se puede tocar y lo irreal, o solamente visual, eran las proyecciones en varias dimensiones. Podíamos  considerar a ambos reales, y su diferencia, era cuestión de matices de interpretación.
    El astronauta estaba preocupado pues estaba un poco retardado, los ascensores no se podían dar el lujo de viajar con un puesto vacío, eso representaría grandes pérdidas para la empresa, si le ocurriera algo así podía  olvidarse de la base lunar y quien sabe dentro de cuánto tiempo volvería a conseguir un cupo.
   –Nadie toleraría semejante muestra de irresponsabilidad −afirmó la proyección− 
– Si, una vez tome la segunda etapa del ascensor este me llevará en cuestión de cuatro jornadas al cosmódromo. Allí tomaré la nave a la base lunar. Nada me va a detener, es un viaje primordial para mi futuro −agregó en un tono de entusiasmo−. ¡A la tierra no creo poder volver! Ya no pertenezco a ella –afirmó con aire de nostalgia.
      −Eso es muy cierto. Además, imagínate en la tierra con el cuerpo por desarrollar en el espacio parecerías una lagartija cabezona − le anota la proyección con sorna.
    −Los terrícolas no aprenden de la historia, primero se dio el racismo por el color, después por la pobreza de las gentes y cuando se creía superados estos problemas, aparecen discriminando a los habitantes del espacio porque se transforman físicamente. Los humanos siempre han sido negativos frente a lo extraño, incluso creo, vienen programados para reaccionar violentamente ante lo desconocido –dice el hombre en tono de crítica provocado por el último comentario de la real proyección.
     Al astronauta, la mujer le parecía bonita. Era una excelente amiga, estaba muy agradecido por sus consejos y compañía en el pasado y en el presente.
    Se puso de pie para mirar mejor la cabina del ascensor.
      −¡Las instalaciones del ascensor espacial. ¡Me atrevería a afirmar que esta es la obra más importante del presente siglo construida por la humanidad!
     −Uno de los grandes obstáculos para los viajes espaciales eran los impulsores de las naves. ¡Pues mira la solución!  −Desde hace muchos años se habían trazado varios derroteros, como el uso de la inagotable energía atómica, pero los riesgos de la contaminación radiactiva obligaron a la humanidad a rechazar su uso. 
     ¿Recuerdas la idea de los veleros solares de las novelas de ciencia ficción de principios y mediados de siglo? Esa fue una solución limpia pero irrealizable.
   A continuación le explica a la proyección, que del Sol emana un viento de partículas cargadas, las cuales se desplazan a través del sistema solar. Los astros a su alcance: planetas, cometas, asteroides, son influenciados por ese vendaval. En la superficie del sol no hay viento solar y su temperatura es de 5000 a 6000 grados Celcius. Las grandes ebulliciones de energía del astro rey en algún punto del espacio se convierten en viento solar con una temperatura de 16 millones  de grados Celcius.
     Le continúa explicando a la mujer que en teoría, más bien en la ciencia ficción, era posible construir enormes velas solares para capturar ese viento y desplazar a la nave portadora. 
   –Una buena idea, pero como en el espacio todo es macro, para poder realizar esa actividad, aparentemente sencilla, hablaríamos de velas de centenares de kilómetros de diámetro y el material de elaboración para las velas sería ultrarresistente, liviano y en cantidades exorbitantes.  ¡La anterior sería una de la hipótesis. En el pasado se tejieron otras, con las ventajas y desventajas de los motores a propulsión, para hacer realidad el viaje interestelar y galáctico! Por ejemplo, el uso del calor a partir de una reacción nuclear controlada.
   Acto seguido el viajante continuó explicándole a la proyección las diferentes ideas sobre los motores impulsores, para los viajes en el espacio interestelar.
    –Junto al anterior impulsor, se habló más adelante en el tiempo, del motor de fusión nuclear, con un principio muy simple: Una mini bomba nuclear se explotaría en un recipiente con agua. La explosión generaría plasma sobrecalentado, unos diez millones de grados Celsius. Un verdadero sol en miniatura, un verdadero reactor nuclear. El resultante, plasma, el cual estaría dirigido hacia unas boquillas, donde las tremendas fuerzas de activación, conducirían a la nave a una velocidad práctica, para cubrir las enormes distancias espaciales contadas en años luz. El problema a resolver: el calor no puede estar por encima del punto de fusión del material de soporte. En el 2120 todavía no se había resuelto lo del metal o aleación de metales u otro material capaz de resistirlo, el de más alto nivel seguía siendo el tungsteno, por encima de los 3000 grados y en este momento no había otro superior y en la fusión nuclear se estaba hablando de millones de grados. Por ahora el problema seguía sin solución a la vista, a no ser que las explotaciones mineras lunares, dieran con algún elemento material capaz de resistir esas temperaturas.
    A todo lo dicho se le seguían sumando puntos negativos, por ejemplo, la velocidad obtenida se seguía expresando en términos terrestres y por lo tanto no significativa para explorar las grandes distancias interestelares, y tratándose de cualquiera de los impulsores empleados ¿dónde se conseguiría el combustible necesario para la nave, si hipotéticamente se estaba a varios años luz de los lugares de origen de los combustibles? En el espacio interestelar existen alrededor de 24 partículas de hidrógeno menos que en la atmósfera de la Tierra. Para poder recoger una cantidad representativa de hidrógeno habría necesidad de viajar a una velocidad cercana a 1% de la velocidad de la luz y un colector inviable de 50.000 kilómetros de diámetro.
     −¡Imagínate el tamaño! Dejemos ese colector para la ciencia ficción, esta plantea teorías muy atrayentes y sustentables en las operaciones matemáticas, pero en la práctica irrealizables.
    Hoy por hoy no me cabe duda, las posibilidades del hombre en su conquista espacial, están circunscritas al ámbito del sistema solar y el futuro pinta igual. 
   El astronauta continuó hablándole de otras posibilidades de los impulsores, por ejemplo, el reactor de fusión inercial. En este caso se inyectarían x cantidades de deuterio y helio 3 en el reactor nuclear, para  producir una explosión de electrones, el resultado serían residuos atómicos compuestos por una partícula alfa y un protón, muy fáciles de manejar con el magnetismo. El problema estaba donde conseguir el Helio3. (En los últimos meses, habían llegado buenas noticias de la base Lunar, los trabajadores colonos habían localizado grandes reservas de Helio3 en la luna, por lo tanto este impulsor tenía muy buenas posibilidades de ser una realidad en un futuro inmediato).  
    −Métodos muy interesantes, pero como dices, solo en teoría, pero inviables  en la práctica, al menos por ahora, esperemos que las reservas de Helio3 en la luna sean suficientes para resolvernos el problema de los comburentes impulsores de las naves a velocidades aceptables–añadió con voz confiada la proyección.
     −Así es mujer. También en el pasado se planteó la posibilidad de no utilizar la cámara de combustión y en su lugar surgió una idea un poco loca, detonar una bomba nuclear tras la nave portadora de una enorme placa redonda incrustada en la popa y ni te imaginas de que sustancia… del vulgar icopor prohibido desde tiempos inmemoriales en la tierra por contaminante. Material capaz de recibir neutrones y no calentarse debido a la velocidad de las explosiones. Podemos imaginar el escenario:  en una unidad de tiempo se detona una bomba nuclear y así sucesivamente ¡Te imaginas! –se lo dice poniéndose las manos en la cabeza−. Por un lado vamos contaminado la ruta con la radiación de la nave y posiblemente lo inesperado: una bomba fuera de lugar, o una secuencia fallida… ese método está como para pensarlo mejor.
    La mujer sonríe ante la pasión que el viajante le ponía al recuento de los impulsores de la posibles naves interplanetarias. Después de la pausa, el hombre continuó con más ahínco la disertación sobre nuevas teorías.
     –En estos momentos se está experimentando, con muy buenas posibilidades de éxito, con el motor basado en la energía producida por materia en contacto con la antimateria. Ante la presencia de protones y neutrones se producen priones, con una velocidad cercana a la de luz, al ser canalizados por campos magnéticos darían el impulso a la nave.  –¿Si la materia y la antimateria no pueden juntarse, como sería el método para  acumularla sin contacto con los recipientes? −se pregunta  y se responde él mismo.  −Para la conservación de la antimateria se utilizaría el confinamiento magnético, por medio de un campo del orden de varias Teslas. Un Tesla se define como el campo magnético que ejerce una fuerza de 1 N (newton) sobre una carga de 1 C (culombio) a una velocidad de 1 m/s dentro del campo específico, horizontal y vertical. 
     De inmediato el hombre, que no hacía la pregunta con el fin de probar los conocimientos de la mujer, sino de hacer énfasis en la teoría, continuó la disertación sin aclarar nada, argumentando que ese motor, podía producir 20000 billones de julios (1 Julio = energía necesaria para calentar un gramo de agua a 15 °C)  por kilogramo de antimateria, que se reflejaría en una velocidad aceptable para los viajes espaciales generando nuevos problemas a resolver, como por ejemplo, viajar a tales velocidades significa, que a un año de aceleración, le corresponde un año de desaceleración, por lo tanto imposibilidad de esquivar un obstáculo.  Además en el universo, no existe una fuente de antimateria conocida y producirla industrialmente era, al menos por la época,  un imposible por sus costos.
    −Producir un kilogramo de antimateria, valdría tanto, como tender un cable para un nuevo ascensor espacial, puedes entonces especular sobre la viabilidad de este impulsor.     
      Continuó explicándole a la proyección que existía la tecnología para producir combustible práctico y no de ciencia ficción. El procedimiento sería una combinación de gránulos de deuterio y tritio en un reactor de fusión, o sea isótopos pesados de hidrógeno.  Este último como en su presentación común no posee neutrones, estos serían bombardeados con un haz de antiprotones o positrones con una carga eléctrica de -1.  Al momento de chocar con la materia, esta se aniquilaría, provocando un átomo de helio-4 y un neutrón, liberando cantidades enormes de energía propulsora de la nave. −Con solo 1.16 gramos de antiprotones se podría viajar de la Tierra a Júpiter en cuatro meses –remata el hombre–.  En fin, debemos por ahora  descartar los proyectos basados en las explosiones nucleares exteriores y tratar de aprovechar más bien la inagotable energía del sol y la atracción de los distintos astros, para impulsar las naves.  Lo más recomendable, sería seguir utilizando el motor iónico electromagnético, a base de xenón como propulsor.  En él unos grandes paneles solares proveen la energía haciendo girar los propulsores a altas velocidades, mientras un campo magnético mantiene los electrones dentro de una cámara. Estos al chocar con el gas crean iones de xenón y más electrones, manteniendo el impulso y el movimiento al ser expulsados del motor a gran velocidad. Esta última, significativa para la exploración espacial en el sistema solar, pero para la intergaláctica, sigue sin importancia cuantitativa..
     − No has mencionado otras formas de viajar sin usar combustible, descritos por la ciencia ficción.
      −Ah si, lo olvidaba y ya que me provocas hablemos de física…  de los “agujeros de gusano”.  Este sería un atajo a través del espacio-tiempo. Dos extremos conectados a una especie de garganta pudiendo la materia circular por allí… aunque por ahora no hay una evidencia física que nos permita probar su existencia, pero el tema es interesante para especular. −Todo se resume a lo siguiente: el punto más cercano entre dos puntos es la línea recta. Estos agujeros conectan un lugar en el espacio, con otro del mismo espacio, en un tiempo por plegamientos espacio-temporales –puso el dedo índice de la mano derecha perpendicular sobre el centro de la mano izquierda, para hacer un poco más gráfica la explicación−. Si tomamos una hoja de papel, para viajar de un punto B  a  C, situados B en un extremo y C en otro. Haciendo de cuenta que el papel es el espacio y lo dejamos plano, necesitaríamos un tiempo determinado para ir de B a C. Pero si curvamos la hoja y perforamos perpendicularmente las dos partes con un lápiz  para unir los puntos, sería como una especie de atajo y  recorreríamos en un menor tiempo las distancias entre los puntos B y C.
     −Si entiendo perfectamente tu explicación, muy claro –exclamó la holografía impulsando al astronauta a continuar.
     −También los teóricos hablaron de varios tipos de agujeros que nos permitirían viajar de un punto a otro en el tiempo entre universos paralelos. Al viajar a un punto del pasado y volver luego al presente, no se llega al universo del que se partió, si no a uno similar pero no igual. Con esa teoría se proponían salvar el “principio de causalidad” o la paradoja del abuelo, en la cual se argumentaba, que si se viajaba al pasado y se mataba al abuelo, no se podría regresar porque el sujeto no nacería y por lo tanto no habría podido viajar al pasado, parece lógico lo afirmado hasta este punto, pero sin embargo en un  universo paralelo, el viajero podría matar a su abuelo y seguiría existiendo, ya que el lugar donde estaba era una realidad distinta a la suya, de la cual partió originalmente.
     −¡Ah sí! –acotó la holografía ante el discurso−. Si recuerdo la teoría, un poco difícil de digerir, pero mientras lo aclaramos nos toca seguir utilizando este pedazo de ascensor espacial −dijo la mujer utilizando un tono de voz que denotaba querer decir algo chistoso.
     −¡Pero espérate, todavía no he acabado! –Se lo dijo haciéndole un gesto con la enguantada palma de la mano−. Me falta hablar de los motores Warp.
     −Sigue, soy todo oídos –se lo dijo con gesto estoico.
     −En este caso la nave permanece estática, alrededor de ella se genera una distorsión espacio-temporal. Estiraríamos ese espacio como una tela elástica, desplazando la nave. Viajaría en una especie de burbuja donde el espacio tiempo se estiraría tras la parte trasera de la nave y se encogería a partir de la parte delantera, llegando de inmediato a su punto de destino. Hazte de cuenta  de un surfista impulsado por una gran hola.
     −¡Ah! eso sí que sería una revolución total y realmente posibilitaría los viajes por la infinitud del espacio –se apresuró a opinar la proyección.
El astronauta continuó el discurso haciendo caso omiso a la interrupción.
     −Cómo te decía no es la nave la que se desplaza sino el espacio-tiempo. Se puede sobrepasar la velocidad de la luz varias veces, importantísimo en las distancias espaciales de años luz. El problema radica en cómo producir esa distorsión, necesitaríamos inmensurables cantidades de energía, por lo tanto seguimos inmersos en la retórica de la ciencia ficción.   
  −¡Muy interesante todo lo hablado, pero oye, están llamando al abordaje! ¡El ascensor está listo para su salida! –Le anotó la mujer alarmada.
                                                         ***
    La colonización de la Luna, hacia principios de siglo, era mera especulación de ciencia ficción, pero en la medida que el hombre fue penetrando en el vasto mar de la explicación científica acercó esa posibilidad a la realidad.
       Era obvio, que dentro de los planes propuestos para la apertura humana hacia el espacio, la Luna figurara en primer lugar. El primer punto del plan debía ser la logística.  En el 2100 se incrementó el uso masivo de la energía a partir del sol. Esta quedaba atrapada en el espacio en redes de células fotovoltaicas y se transferían a través de microondas a la Tierra a receptores de más 40 kilómetros cuadrados de extensión situados en la campiña y cerca de las costas. Una de las tareas de la base Lunar era construir un sistema idéntico en la superficie de la misma que permitiera atrapar la energía ilimitada del sol para posteriormente trasladarse a la tierra vía microondas. La relativa cercanía del satélite hacía viable este plan desde el punto de vista económico. Esta energía hizo viable la construcción del ascensor espacial. Este recorría una tercera parte de la distancia entre la tierra y la luna, de manera eficiente y relativamente rápida y económica.
     El viajero se despidió  de su amiga terrícola. Consideró su presencia de gran ayuda, al menos para paliar los nervios causados por la eclosión de acontecimientos sucedidos en las últimas horas. 
    Se dirigió, o más bien lo dirigieron hacia una especie de cabina con ventanilla. Dentro de ella una cámara verificaba en un lector de iris de ojo la identidad del pasajero. Si se identificaba al pasajero se le franqueaba la entrada, sino se daba la alarma a las autoridades espaciales. El tratar de viajar de polizón era un delito muy grave, debido a la importancia y complejidad de lo involucrado. Todo cobijado bajo el manto de los “astronómicos” costos. También en razón de los traumatismos que estos crearían, en especial, por la planificación exacta del peso, ya que un desfase en ellos podían causar una catástrofe sin igual. Por lo anterior, esa lectura tenía que ser totalmente científica o lo que es lo mismo, corresponderse con la identidad irrefutable del sujeto.
     El paso siguiente era la aduana. El pasajero no podía llevar los objetos especificados en una larga lista visualizada en la pantalla de gafreno. En especial, las contaminantes del medio  ambiente lunar, por ejemplo las de origen biológico. Eran increíbles las cantidades de objetos que las personas trataban de llevar a la base lunar. Desde bocadillos, hasta mascotas vivas, cuando no semillas de marihuana escondidas dentro del amplio traje espacial.
   Este último obstáculo fue superado por el hombre, que continuó cumpliendo con todas las directrices provenientes de los encargados del acceso de la obra más importante e impactante en toda la historia de la humanidad, el portón hacia las estrellas, el ascensor espacial.
    Una cómoda cabina, a la cual se ingresaba horizontalmente lo acogió. Poseía un sistema de amarre a una especie de silla plegable que hacía las veces de lecho. Le esperaba un largo trecho de viaje hasta el cosmódromo, por lo tanto dormiría por los menos más de la mitad del tiempo. En cuestiones de distracción, fuera de lo brindado por las propias comunicaciones de los viajeros a través del traje, la cabina espacial no ofrecía en ese aspecto, absolutamente nada.
   Hacia afuera se observaba el vacío oscuro y en el fondo de este, el disco iluminado de la luna. Después de varias horas de observarlo, hastiaba al más tenaz curioso y una vez esto ocurriera, los pasajeros dormirían o se dedicarían a navegar en su desarrollado sistema de comunicaciones.
   La nave se puso lentamente en movimiento. El viaje fue, como lo previó, bastante aburrido. Tuvo largos períodos de ensoñación y a veces sueños.
     El cuerpo humano no fue diseñado para vivir en el espacio, durante largos períodos de tiempo. Estaba sometido a grandes riesgos debido a fenómenos naturales.
     Por ejemplo la descalcificación y atrofia muscular, eran dos de las principales consecuencias, debido a una larga estadía en condiciones de ingravidez. Un  fenómeno mortal era la emisión de protones de alta energía de parte de nuestro sol, conocida como tormenta solar. Nunca se sabía cuándo se darían  las emisiones de este tipo, ni se había desarrollado, a pesar de las investigaciones al respecto, una forma de preverlas. Lo que si estaba claro era su frecuencia durante el máximo solar. Este último era el período de mayor actividad del astro rey. Se daba cada once a catorce años. Durante ese período, el Sol mostraba una importante cantidad de  manchas solares. La emisión de radiación aumentaba alrededor de 0,1%. El aumento de la emisión de energía, en los máximos solares, podía afectar el clima mundial y la gran cantidad de radiación, intervenía en las comunicaciones y en los sistemas de orientación satelital.
     Debido al peligro de la radiación la cabina tenía la mínima comunicación con el exterior. No se proyectaron grandes ventanas por donde se pudiera observar el paisaje, como creerían algunos turistas despistados. Lo más importante para los diseñadores, era proteger a los pasajeros de los peligros invisibles, los cuales podrían causar la muerte en cuestión de días o dejar las semilla para que esta llegara más rápido de lo esperado.
     Cuando se planteó la construcción de la colonia lunar se analizaron varios parámetros importantes para el éxito económico del proyecto. La Luna estaba relativamente cerca de la tierra, 384.400 kilómetros y era una rica fuente de materiales para la construcción, tanto del campamento como de las naves a utilizar, lo mismo de materiales para la elaboración de carburantes para los motores de las naves utilizadas  entre la terminal del ascensor espacial y la base lunar.
     En el cosmódromo de la estación lunar, se había recorrido casi una tercera parte de la distancia, la más costosa si hablamos de llegar allí con combustibles sólidos. Se calculaba que llevar una nave, desde la superficie de la tierra al lugar del cosmódromo, podría valer unos 150 millones de dólares de principios del siglo XXI. La nave pesaría unas 800 toneladas métricas y su carga útil sería de 5 t.
     La cercanía relativa de la luna, determinaba que el ascensor espacial, era la opción más barata en relación al costo del combustible frente a cualquier otro proyecto. La energía necesaria, para enviar objetos desde el suelo terrestre, hacia las estaciones del ascensor espacial y viceversa, era 10 veces menor de la requerida por naves de combustible sólido. Y a la vez, partir desde la luna hacia otros planetas, sería también una opción sumamente económica, pues vencer la gravedad de la luna exigía mucho menos combustible. Por eso se había pensado en desarrollar un ascensor lunar. Y porque no pensarlo, en un futuro remoto se podría extender el cable otros cien mil kilómetros, cubriendo la mitad del trayecto entre la luna y la tierra. El ascensor podría elevar una carga útil de más de treinta toneladas, esperándose en un futuro no muy lejano poderla llevar a cien toneladas, lo de por si algo increíble y útil para las colonias proyectadas que obtendrían así un flujo continuo de logística.  
    El viaje a la luna, desde la estación terminal del ascensor espacial, era muy corto. Esa duración permitiría una acción inmediata, para evacuar o prestar auxilio rápidamente a la colonia, en caso de una catástrofe.  Ante un llamado de auxilio, el retraso en las comunicaciones de ida y vuelta entre la Tierra y la Luna era de menos de tres segundos, prácticamente tiempo real.    
  Un aspecto muy positivo, en la colonización de la luna, tenía que ver con la salud mental de los colonos. Como la tierra se observaba 60 veces más brillante a como se veía la luna desde ella, este detalle les daba seguridad a los colonizadores. La nostalgia se veía menguada ante el bello espectáculo brindado por el cercano hogar, reafirmando el posible regreso.
     El astronauta  fue despertado por una alarma en la pantalla de comunicaciones del asiento asignado. La cabina estaba culminando su recorrido. El cosmódromo se encontraba a unos pocos minutos. El ascensor se detuvo suavemente en el centro de una inmensa rueda girando sobre su eje. Este giro provocaba la sensación de la gravedad al ser centrifugados, por eso pudieron trasladarse, caminando y no flotando, en busca del ingreso a la nave con destino la base lunar.
     El medio de transporte, desde la terminal del ascensor espacial hasta la luna, era una nave con forma de cigarro.  Adherido a él, en la proa, se apreciaba un módulo que sería el que finalmente aterrizaría en la luna protegido de los impactos por un escudo de más de un kilómetro de diámetro. En la popa cuatro paneles solares del tamaño, cada uno, de una cancha de fútbol se desplegaban captando los rayos solares necesarios para el impulso de la enorme nave interplanetaria. La cubierta exterior del inmenso aparato, se veía girar sobre su eje, lo necesario para crear la gravedad artificial. 
     La nave arrancó en total silencio, al prender su propulsor iónico electroestático. Debido a que en el espacio no se propagaban las ondas sonoras ningún sonido estimulaba el sistema auditivo de los humanos.
     En este tipo de impulsor los átomos de argón y xenón eran ionizados por los electrones, provenientes de un cátodo. Al pasarlos por una rejilla cargada de electricidad se aceleraban, transmitiéndose la aceleración a los impulsores.
   En el espacio todo era sin prisa. Al principio, la nave parecía resistirse a emprender su camino con destino a la base lunar, pero unos segundos después, se puso en movimiento. Los pasajeros no se precipitaron hacia atrás, como era de esperarse de acuerdo a las experiencias en la tierra.  Las leyes de la física obraban de manera diferente en la gravedad cero. Los pasajeros no se clavaron en el espaldar de sus asientos.  Ni ninguna fuerza los estrujó en un sentido u otro. Percibían la nave en movimiento, porque así se los informaban las comunicaciones digitales.
    El vuelo transcurrió, como era de prever, sin mayores sobresaltos, a no ser una alarma de simulacro, durante la cual los pasajeros se apretujaron en el módulo de aterrizaje en la luna y esperaron a que el capitán diera la orden de regresar a sus respectivos sitios.
     Carlos empleó, el tiempo ocioso del viaje, en informarse al máximo de los pormenores históricos y presentes del lugar de destino.
     La creación de una base lunar fue la universidad dónde se experimentarían los diferentes métodos para la sostenibilidad de la vida en condiciones extraterrenas, lo mismo que los de extracción y refinado de minerales, útiles no solo para la vida, sino para el mantenimiento de las naves espaciales.
    En un principio existía la incertidumbre acerca de si la baja gravedad en la Luna, una sexta parte de la Tierra, era suficiente para evitar los efectos adversos sobre la salud humana a largo plazo. Se había demostrado que la exposición a la ingravidez, durante doce meses, provocaba la pérdida de masa muscular, la depresión del sistema inmunitario y descalcificación de los huesos, convirtiendo el cuerpo humano en algo así como una gelatina.
     Con las vivencias en la base lunar se diagnosticó, que la práctica de ejercicio diario, era eficaz en la prevención de los efectos nocivos de la baja gravedad. Además la nanotecnología aportó las microscópicas máquinas capaces de distribuirse por todo el organismo, para corregir las anomalías y descompensaciones de los organismos humanos.
     Los pioneros en la conquista espacial no tendrían la facilidad para ser atendidos por las múltiples enfermedades abocadas en sus tareas rutinarias. No se podía imaginar un hospital lleno de pacientes y personal de la salud en el espacio, por lo tanto los hombres tendrían que estar protegidos las veinticuatro horas del día de los enemigos recurrentes: el cáncer producto de la exposición a la radiación solar y la osteoporosis. En resumidas cuentas los astronautas no se podían enfermar. Las nanomáquinas, del tamaño de un átomo, cuando se inyectaban en la sangre, no solo monitoreaban el cuerpo, sino tomaban medidas para eliminar los elementos patógenos de cualquier tipo, por ejemplo acosando a las células cancerosas. 
    La carencia de atmósfera en la Luna creaba temperaturas extremas y condiciones similares a las del vacío en el espacio. Por eso las construcciones fueron pensadas para remplazar el papel de esta.    
    Ante la falta de atmósfera, pequeños guijarros e inclusive, microscópicas partículas de polvo, aceleradas por la falta de roce atmosférico, tenían el potencial de dañar o destruir las estructuras y traspasar las paredes de los habitáculos a la manera de un proyectil de fusil, pero multiplicado, lo mismo que los trajes de los colonos, causándoles la muerte, ya sea por el impacto o por las descomprensión. Por ejemplo, la explosión de dinamita en las minas, impulsaba guijarros a grandes velocidades a muchas millas a la distancia .  En un comienzo fueron muchos los accidentes ocasionados, evitados posteriormente  cuando se adquirió la experiencia al respecto. A todo este panorama peligroso, se agregaba la existencia del regolito o polvo de vidrio, presente en la superficie de la luna hasta una milla de profundidad, muy abrasivo, como el disco de una pulidora. Se adhería a todo: a los trajes, a los equipos electrónicos, a las pantallas de las escafandras. Para resumir era una pesadilla para la electrónica.    
    La colonia fue construida en el polo Sur de la luna. Como el eje de rotación de la luna era casi perpendicular al plano de la eclíptica, hacía que la existencia de picos de luz se diera allí en forma continua, por eso se escogió ese lugar para albergar la ciudadela lunar. Más precisamente en el sitio conocido como la montaña Malapert, cerca del cráter Shackleton, en el polo sur.
    Los pasajeros, del transporte desde la terminal del ascensor espacial a la base lunar, fueron concentrándose en la proa de la nave para ingresar al módulo lunar. Nuestro astronauta estaba pendiente de todos los detalles y el corazón quería salírsele del pecho, tanto que las alarmas de su pantalla le avisaron de una peligrosa aceleración del corazón conocida como taquicardia.
    El ingreso a la sonda lunar se hizo eficiente y de prisa. Cada uno de los astronautas con todo su equipo y equipaje a cuestas, se introdujo por la escotilla de abordaje. Una vez estuvieron adentro del habitáculo, un funcionario del transporte guió a cada uno de los pasajeros al sitio asignado.
     El módulo de transporte de los pasajeros y carga se desacopló de la nave nodriza e inició el descenso controlado. La primera maniobra era la de impulsarlo a una altura, dónde la gravedad lunar actuara. Una vez logrado con éxito este primer paso, comenzó la parte más riesgosa, la de colocarlo de espaldas a la superficie.
     El astronauta se sentía como un niño en un parque de diversiones. El módulo comenzó un rápido descenso, de más de 4.000 k/h.  A unos 15 kilómetros de la superficie lunar activó el motor de amortiguación reduciendo la velocidad a menos de 2 k/s, llegando a cero, unos metros antes de tocar la superficie. Los últimos dos o tres metros de descenso los realizó en caída libre, pero el suelo blando y unos poderosos amortiguadores de hidrógeno, atenuaron el alunizaje de tal forma, que ninguno de los pasajeros sintió el más leve estrujón. Toda la maniobra anotada, después de situarse de espaldas, no duró más de 10 minutos.
     Los pasajeros sintieron la gravedad lunar, desde cuando esta comenzó a actuar sobre la nave de descenso y sintieron, sin excepción, una sensación de peso sobre los hombros. Los días en gravedad cero los había hecho olvidar la existencia de esta.
     Una vez detenido el módulo, el equipo vestido, de más de 50 kilos en la tierra, en la luna no pesaba más de 7, apenas se sentía. El viajero ardía en deseos de salir a dar el primer paso sobre la superficie lunar. Se sentía como el primer astronauta “dando ese portentoso paso para la humanidad”. Varios de los pasajeros eran veteranos y miraban al feliz hombre con algo de sorna, al notar que, por sus actitudes infantiles, era un novato en la luna. El personal de androides, permanecía indiferente ante las actitudes de los humanos.
  La escotilla de salida, la misma de entrada cuando abordaron la nave, hizo una especie de tenue vibración al franquearse a la inexistente atmósfera lunar. Ante los ojos del astronauta novato, se desplegó en todo su esplendor, el gris paisaje lunar, tirando a negro, a no ser la intensa luz proyectada como un flash permanente sobre la parte alta de las paredes del cráter Shakleton.   

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